Un buen relato no se nota. Se desliza.
Cuando lo estás leyendo, no hay nada que te saque de él, ni una palabra que te haga tropezar, ni una escena que parezca fuera de lugar. Todo encaja, fluye, continúa.
Esa fluidez no es casual. Se construye con técnica.
“La continuidad” no tiene que ver con que no pasen cosas, sino con que lo que ocurre parezca inevitable. Que cada frase lleve a la siguiente, que cada acción tenga sentido en relación con lo anterior y lo que viene después. Es un hilo narrativo que se mantiene tenso, sin cortes, sin nudos.
En esta lección vas a aprender cómo lograr esa sensación de que el relato “va solo”, sin que el lector se dé cuenta del trabajo que hay detrás. Verás cómo aprovechar repeticiones sutiles, elementos que reaparecen, motivos que se transforman, y cómo dar unidad a lo que, sin técnica, sería solo una suma de partes.
El poder invisible de las repeticiones
La continuidad no se logra evitando cortes, sino tejiendo un esqueleto de palabras recurrentes que mantienen al lector anclado en la historia. Estas repeticiones actúan como clavijas que unen las partes del relato, creando una sensación de unidad y cohesión. En Continuidad de los parques de Cortázar, por ejemplo, el «sillón de terciopelo verde» no es un detalle decorativo: es un gancho narrativo que aparece al inicio y al final, ligando dos realidades sin que el lector perciba el salto.
¿Cómo funcionan estas repeticiones?
Conectan planos narrativos: En el relato de Cortázar, palabras como «parque», «puertas» o «crepúsculo» se usan tanto en la realidad del lector como en la ficción que lee, borrando los límites entre ambos.
Anclan al lector: Cada vez que un elemento se menciona de nuevo, se refuerza su presencia en la mente del lector.
Crean ritmo: Las repeticiones dan musicalidad al texto, como un estribillo que marca el compás de la historia.
Porque cuando un relato tiene continuidad, todo respira junto.

La continuidad en Continuidad de los parques, de Julio Cortázar
Si quieres leer el microrrelato completo de Julio Cortázar, te recomiendo esta versión publicada en Ciudad Seva:
“Continuidad de los parques” → Leer aquí
Hay relatos que parecen leerse de un tirón, sin darnos cuenta de que nos han ido llevando, paso a paso, hasta un lugar inesperado. Eso pasa con Continuidad de los parques, de Julio Cortázar. Y no es magia: es técnica. En este caso, una técnica muy poderosa que también podemos aplicar en nuestros relatos breves: la continuidad.
¿Qué es la continuidad narrativa?
Es un recurso que hace que todo en la historia esté conectado. Un relato con continuidad nos mantiene dentro de la escena porque cada frase contiene algo que ya conocemos y algo nuevo. Así, no nos perdemos: avanzamos sin tropezar.
En el cuento de Cortázar, esta continuidad es tan eficaz que apenas notamos el momento en que cruzamos de un plano narrativo a otro. Empezamos leyendo la historia de un hombre que lee una novela… y terminamos dentro de esa novela, justo en el instante en que alguien va a asesinarlo.
¿Cómo consigue Cortázar esa continuidad?
Con repeticiones invisibles. Palabras, escenarios y sensaciones que se retoman una y otra vez para que la historia no se rompa.
Veamos algunos ejemplos clave:
- El sillón de terciopelo verde: aparece al principio como símbolo de comodidad y vuelve al final como escenario del crimen. Un detalle aparentemente menor se convierte en el nudo de toda la historia.
- La lectura: desde el comienzo, el protagonista está leyendo. Y leer es la acción que une los dos mundos. Es la puerta de entrada y, también, la de salida.
- El parque, la casa, las puertas: el entorno del personaje y el entorno ficticio de la novela se van mezclando sin que nos demos cuenta. Al repetir espacios similares, el cuento nos convence de que todo ocurre en el mismo lugar.
- Las acciones paralelas: acariciar el sillón, acariciar una mejilla. Cruzar puertas en la novela, cruzar puertas en la realidad. Todo lo que sucede en un plano tiene su reflejo en el otro.
¿Por qué sentimos que no hay cortes?
Porque la historia siempre se apoya en algo ya conocido. Cada pocas líneas, Cortázar nos recuerda un elemento que ya ha aparecido: el sillón, el parque, el crepúsculo, los ventanales. Y al mismo tiempo introduce uno nuevo. Esa mezcla entre repetición y novedad es lo que mantiene viva la atención del lector.
¿Y el efecto final?
Cuando el puñal aparece en la última línea, entendemos lo que ha pasado: la ficción ha engullido al lector. Todo el cuento ha sido un ejercicio perfecto de continuidad. El texto no nos ha soltado en ningún momento.
Y eso, para quienes escribimos relatos breves, es una gran lección: repetir no es aburrir, sino construir un hilo narrativo fuerte y fluido. Repetir lo importante (objetos, lugares, gestos, acciones) es lo que permite que la historia no se deshilache.